LO QUE NO ACABÓ EL 8 DE MAYO DE 1945.
El
8 de mayo de 1945, hace ahora 75 años, terminó la Segunda Guerra
Mundial en Europa con la entrada en vigor de la rendición
incondicional de Alemania. Sin embargo, esto no significó el final
del sufrimiento en el continente para millones de civiles, ni
siquiera el final de la guerra, que continuó en Asia hasta agosto.
El
final de la Segunda Guerra Mundial también representó el principio
de la construcción europea. Los países vencedores habían
aprendido del error del Tratado de
Versalles
y
comprendieron que solo
una Europa unida, que incluyese a Alemania,
podría
evitar un tercer conflicto mundial.
Sobre las ruinas de Europa, en aquel desolador y a la vez
esperanzador año 1945, se empezó a construir el futuro.
Ni
la destrucción de Alemania, ni el suicidio de Hitler, ni el derrumbe
del Tercer Reich, ni el sufrimiento atroz para millones de personas,
llevaron al Japón imperial a rendirse. “Al día siguiente de la
rendición incondicional de Alemania, Japón anunció desafiante al
mundo su voluntad de seguir luchando”, escribe Max Hastings en
Némesis(Crítica),
el ensayo en el que este gran historiador de la Segunda Guerra
Mundial analiza la derrota de Japón en 1945. Los B-29
estadounidenses llevaban meses portando muerte y destrucción al
corazón de Japón en forma de bombardeos masivos –una cuarta parte
de Tokio fue destruida en la noche del 9 al 10 de marzo con bombas
incendiarias–, pero la derrota parecía lejana. Una invasión
terrestre del archipiélago era demasiado costosa y existía el
peligro de que Rusia se adelantase, por lo que Estados Unidos ya
había tomado la decisión de utilizar la
bomba atómica, primero contra Hiroshima (6 de agosto) y luego contra
Nagasaki (9 de agosto).
Para muchos historiadores, aquellas nuevas armas no significaron solo
el final de la Segunda Guerra Mundial, sino el principio de la Guerra
Fría,
que ya había empezado en Europa incluso antes de la rendición de
Alemania.
Los
Aliados se dividieron Europa en cuatro conferencias: Teherán, Yalta,
Potsdam y la menos conocida de Moscú, en la que, sin la presencia
del presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt, Josif Stalin
y Winston Churchill decidieron el destino de los Balcanes en un trozo
de papel garabateado. La desconfianza había marcado toda la fase
final del conflicto y cada vez estaba más claro que una parte del
continente iba a quedar sometida a la URSS.
Los
judíos de todas las nacionalidades descubrirían que el fin del
dominio alemán no significaba el fin de la persecución. Ni mucho
menos. Pese a todo lo que habían sufrido los judíos, el
antisemitismo aumentaría al final de la guerra.
Fuente: El País. 8 de mayo de 2020.